martes, 30 de noviembre de 2010

Soledad De Dos


La noche fría, oscura y solitaria, era mi compañera en la caminata sin destino, tiempo, retorno. Nadie me esperaba, salvo la soledad, vieja compañía mía.
A la deriva caminaba, gastando el tiempo, matando el ocio y pensando en nada. En nada tenía que pensar, en nada para recordar, en nada para olvidar.
En un banco, cubierta con cartones, juntando calor, ella estaba, con sus ojos abiertos, vigilando que no le pase un mal.
Una mujer de la calle, sin cobijo, sin techo, sin seguridad. Sentí en mi pecho ese dolor, del desposeído, del abandonado, que sólo la muerte puede
salvar; y que al irse, nadie la recordará.
Me pidió una limosna, plata no tenía, le convidé con un cigarrillo y a mi casa la llevé.
Bella mujer, de edad indefinida, de pocas palabras y mucho mirar.
Me preguntó: *¿que pretendes de mi? Soy joven y vieja, joven para morir, vieja para amar. En la calle está mi hogar; lo tuve y lo perdí, no quiero volver a tenerlo, lo volvería a perder. Me gusta la calle, sin obligación, sin
horario, sin nada que me preocupe, sin nada porque llorar, sin nada para olvidar*
Estas últimas palabras, abrió una brecha en mi consiencia y me adherí a su forma de hablar, que es mi forma de vivir, de tomar la vida de frente, con realismo, con valor.
De ahí en más, nació en nosotros una amistad, platónica, además.
De día, en mi departamento, sentados y hablando de cosas, sin importancia ni historia, o en silencio, respetando nuestro pensamientos, que no compartimos y dejando que las horas nos avisen que la noche está por comenzar. En la noche, salimos por las calles, tomados de la mano,
escudados en el silencio, que grita, con voz muda.
¡ La alegría de estar juntos, la alegría de vivir los dos !
Mario Beer-Sheva

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