Sentado en una roca, en la orilla del mar, mirando sin ver, como las
aguas se acercan, a mis píes, cosas que encuentra y arrastra hasta la
orilla, para después llevárselas, con insistencia, nuevamente, al fondo del mar.
El mar va y viene, trae y lleva, con monotonía, pero con mucho tesón; hay veces que trae algo bonito, en ese caso, hay que levantarlo, de la arena mojada, antes que el mar vuelva, para llevarlo otra vez. A otras playas, a otras gentes, como ofreciendo lo
que pone a sus píes, o quizás, al fondo del mar, donde lo entierra, para siempre jamás.
Hace tiempo o quizás fueron años, son detalles que he olvidado por insignificante que son; trajo a mi orilla el cuerpo de una mujer, con poca
vida pero que aún respiraba y con gran esfuerzo quité el agua de sus pulmones y la mujer volvió a la vida; la llevé a mi cabaña y lentamente se fue recuperando; vivimos juntos un tiempo largo, o un tiempo corto, no lo recuerdo, me enamoré de ella, sin conocerla, ni siquiera supe su nombre, o
quizás lo supe y lo he olvidado.
Una mañana, la vi bajar de la cama, cruzó el patio, caminó hacia el acantilado, me miró a los ojos y me dijo:*mi marinero me espera*.
Sentado en una roca, miro sin ver, las cosas que las aguas traen y espero,
espero...
¡ Tal vez !
Mario Beer-Sheva
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