Maldigo tu nombre, de aquí a la eternidad, por no poder pronunciarlo, salvo en susurros o en soledad.
Tu nombre, que me persigue en sueños y crea la duda, que si soñando, en mi, seguro estará.
Tu nombre que he venerado, que adoré, como una joya de inmenso valor, que has vivido de mis promesas, todas cumplidas y de mis amores, que fueron juramentos, que viste realizados en la vida que te ofrecí.
Tu nombre, me sabe a tiempos felices, alegres, contentos; veíamos pasar los días, mientras nosotros, enamorados, dábamos gracias a la vida, que
nos regaló tanto vigor y pasión.
¡ Y hoy ! Amada; no puedo pronunciar tu nombre y lo maldigo, con toda mi voz.
Cierro mi boca, a mi garganta le pido perdón, pero tu nombre no puede salir de ella, salvo en susurro o en soledad. Nadie debe saberlo, nadie debe
sospecharlo, ni siquiera como un murmullo, a confirmar; es un secreto muy bien guardado, sólo nombrarte puede ser fatal.
Tu eres casada y yo te miro, al verte pasar, quisiera dar vuelta la cara, cerrar los ojos y no verte más. Pero tu nombre, que estoy pronto a gritar, me atrae como un imán y se abre las puertas de mis recuerdos y tu nombre
a mis labios, vuelve a asomar.
Mi corazón te pide perdón, tu serás siempre, la diosa dorada, que me dió
tanto amor.
¡ Maldigo tu nombre, porque sigues viviendo, en mi mundo de susurró y
soledad !
Mario Beer-Sheva
¡¡ que grande eres¡¡¡¡ un besin de esta asturiana.
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