Sentado frente a mi ordenador, mis manos no tocan el teclado, embobado, el cursor, que en forma monótona, parpadea avisando que está listo a escribir.
Esperando la letra, que forme la palabra, la oración y el sentido de ella,
nada viene, la pantalla en blanco, como mi mente, esperando, como mi
corazón, algún milagro, sin razón. Vacío por dentro, nada puede escribir, porque nada hay, nada quedó. Soy un solitario en mi vida, mi vida truncada por un amor, por un adíos, por un querer que perdí, sin saber cuanto la quería, por creer que sin ella podía vivir.
Y hoy la realidad, me golpea con saña, con bronca y rencor, por haberla
dejado ir y quedar pagando con este castigo, por haber burlado el amor, que es sagrado, en el corazón de una mujer enamorada.
De pronto, como en una espesa neblina, veo la sombra, en la pantalla y el cursor, que va dibujando el contorno de una cara de mujer.
Ya distingo su pelo, oscuro, sus ojos, de mirada profunda, sus labios, que al besarme me pedía perdón por amarme tanto.
La imagen, lentamente, se fue diluyendo, mi corazón comenzó a latir con
fuerza, como queriendo salir del pecho e ir a su encuentro.
Sin pérdida de tiempo, en forma desesperada, salí de mi casa, gritando, a pleno pulmón:
¡ Voy a tu encuentro, tu eres mi vida, yo quiero vivir !
Volvimos y apagué el ordenador...
Mario Beer-Sheva
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