Estoy sentado, frente a mi ordenador, preparando para escribir como siempre una historia, para que me sea publicada, en el diario
dominical, de la próxima semana.
Son historias, que mi mente elabora y en raras ocasiones, hay una pizca de verdad.
Ese es mi medio de vida, mi gran imaginación y creatividad, me deja vivir con algo de comodidad, en la carestía de la vida.
Hoy mi imaginación no funciona. ¿ Será falta de concentración ?
Por la mañana, al tomar el subte, mis ojos, que ya no ven bien, se encontró con los ojos, de una mujer, similares a los que una vez, tanto amé. Fue un amor profundo y rebelde, que nuestra juventud no le encontraba la solución y renunciamos a nuestro
amor, porque nuestras familias y nosotros, creíamos que era más imortante que el futuro de
nuestra vida. ¡ Que gran error cometimos !
Acaso hay algo más importante que el amor. ¿ La familia puede atreverse a manejar felicidades, de sus propios hijos ? ¡ No, no puede ni debe ! Ya lo dijo el poeta: *nuestros hijos, no son nuestros* Y esto debe quedar grabado por siempre, jamás.
Dejemos que vuelen del nido, con sus débiles alas, al principio y sus fuertes aleteos, cuando van
creciendo.
Nos separamos, nuestras familias contentas, nuestros ojos llenos de lágrimas y nuestro heridos
corazones.
El tiempo se transformó, como es costumbre, en años, pero sus ojos quedaron, en mi, grabados
con el fuego del amor ido.
Esta mañana en el subte creí ver esos ojos y más tarde en el mercado los volví a ver.
Me acerqué lentamente, a la mujer vestida de negro, cuyo nombre fue Pompeya y antes de poder hablarle, una monja, de muy cerca, la llamó Sor Pompeya.
Huí, con el grito en la garganta, que quería salir, pedirle perdón y llorar a viva voz.
¡ Me perdí entre la gente, que es indiferente, este tremendo dolor !
Hoy no pude escribir, apagué el ordenador y me fui a la plaza ! A respirar un aire mejor !
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