La niña, quinceañera, sentada en la costa del río con los pies en el agua, sueña y sueña, con el extranjero que algún día vendrá.
La tomará entre sus brazos y palabras de amor, sus oídos oirán y sus
sueños se harán realidad.
En una mañana de verano, a la costa, del mismo río. El extranjero llegó y sus palabras, dulces como la miel, empalagaron sus oídos y así la enamoró.
El extranjero se fue, la niña-mujer, quedó con sus sueños sola y triste, en la costa del río, que fue testigo de su niña a mujer. Y hoy,
todas las mañanas, la veo triste, esperando que la magia le devuelva a su galán.
No tiene amigos, no tiene amigas, sus padres no la quieren, su familia: ¡ ni ver ! Ella está sentada,
en la orilla del río, ya no sueña con el extranjero. ¡ Tiene porqué soñar !
En poco tiempo será una mujer-madre que a un niño acunará. Y en él, todo su amor, su cariño,
pera él será.
En la costa del río, hay una mujer, con un niño que lo acuna y lo acuna, mientras en sus oídos,
escuchan palabras dulces, que como un milagro, una sonrisa, desdentada, le envía mensajes a la
madre y le ahuyenta la soledad.
En la costa del río, volvió la alegría.
¡ En la costa del río, hay nuevamente amor !
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