En mis manos una rosa, bella flor recién cortada, de la planta, que con su savia le creo la
vida, la vida que quedó al alcance de las manos, que quieran cortarla.
Su color rojo morado, como la sangre de este enamorado, como la sangre de mi enamorada, a la que tanto amo.
Huelo el perfume, de la rosa, fresca, recién separada, de la planta que durante meses la alimentó y de un pequeño simiente, nació el pimpollo que se transformó en flor. Y hoy,
simplemente, corté el tallo, le separé las espinas, como quitando sus defensas, para que descanse en las manos de una bella mujer.
Su tallo corto, sus pétalos grandes, frescos y olorosos, parece invitarme al
*me quiere, mucho, poquito o nada*. Sin notar del sufrimiento de la flor, que durante tiempo bebió de la savia y que ahora encuentra la muerte en las manos de un enamorado, que duda del amor.
Mis ojos nublados, en mi pecho un dolor, mientras miro la rosa, huelo su aroma, la veo tan dócil e indefensa, confiada en su belleza, que de la muerte
no la salvará.
Tomo la rosa, la coloco en un florero, con agua fresca y limpia.
Me inclino hacia ella, dejo que mis lágrimas se mezclen con el agua.
¡ Y en un leve susurro, le pido perdón !
Mario Beer-Sheva
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