El tren pitó, avisando su inmediata partida, le pedí un abrazo como despedida, al hombre, que fue niño y hoy, con dolor y orgullo, lo pierdo y lo ganó la vida.
Le pedí un abrazo, para recordar el calor de su cuerpo, que aunque esté lejos, vivirá conmigo, como cuando fue niño.
Los años pasaron, para él, para mi, para todos, pero los recuerdos quedaron.
¡ El tren se puso en movimientos ! Una sonrisa cruzó mis labios, él con el pañuelo y yo con la mano nos despedimos, hasta un próximo encuentro.
El niño, que enseñé a caminar, que lo llevaba al colegio y lo esperaba a la salida, cuando adolescente, le explicaba y lo guiaba y al terminar su estudios superiores, escuchaba sus dudas hasta que eligió la carrera, que sería su vida.
¡ Ya el tren se alejaba y aumentaba la velocidad ! Mi amplia sonrisa, él con su pañuelo y yo con
mi brazo en alto, lo saludaba, con alegría.
¡ Que era mentira !
Mis ojos frenaban las lágrimas que querian asomar, pero no rodaron.
Mi niño-hombre estaba tan contento, que no quise llorar y romper ese momento, tan emotivo, tan dulce y amargo, tan inevitable, que es cuando decimos: el niño que fue, hoy es hombre.
¡ Y me puse a llorar !
Mario Beer-Sheva
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